viernes, 29 de octubre de 2010

Celos

Le quiero a pesar de todo. A pesar de mi misma y de mis circunstancias, como se dice. Y cuando llega el amor llegan lo celos, acompañándolo como para que no ocurra la perfección tan soñada. ¿Dé dónde viene este sentimiento? No entiendo por qué lo siento, en ocasiones, cuando habla con alguna chica mona y veo que están a gusto. Cuando en esa conversación o en esas risas no hay sitio para mí, y yo les observo en la lejanía. ¿Será poca seguridad en mi misma? ¿Será que no confío en él? Puede que haya algo de todo eso, puede que tan solo sean estigmas de vidas pasadas. De mi abuela, de mi madre, de todas las mujeres que se sienten en competición por mantener al hombre a su lado.
No es que crea que la chica con la que habla en ese momento sea mejor o peor que yo, quizás sienta el temor ancestral a que el hombre se vaya para seguir su instinto animal de engendrar a otras. Quiero racionalizar este sentimiento para no volverme loca, y querer destruir lo que él y yo tenemos. Sería estúpido, y al mismo tiempo, en ese momento, cuando lo veo reír y observar a la chica de turno sus dientes, sus ojos, sus pechos, querría matarlo. A ella no, porque al fin y al cabo algunas mujeres flirtean por necesidad de quererse a si mismas. Eso me causa más pena que otra cosa.

No quiero sentir celos, porque duelen, porque me siento ridícula cuando soy consciente de lo que estoy sintiendo, cuando reacciono fríamente si él se me acerca. Quizás sea la herencia de mi madre, la que esperaba con creciente rabia la vuelta de mi padre a casa, siempre tarde, la sospecha de que había estado con alguna mujer presente por todos los rincones del apartamento. No quiero que me importe, porque al final, si él me engaña todo se irá al carajo y yo volveré a estar sola con mis circunstancias.

Cada persona es única, unos más guapos, otros más feos, algunos más inteligentes que otros, estos más graciosos que aquellos. Y todos compartimos esa necesidad de que nos aprecien, de sentirnos únicos, sin darnos cuenta de que por el hecho de existir ya lo somos.

En el amor lo importante es la libertad, no castrarse el uno al otro, con prohibiciones, con resentimientos. Déjalo libre y si te ama volverá a ti. Esta siempre había sido una de mis frases favoritas, hasta que de pronto, sobreviene el terror, el miedo a ser abandonada, a no ser elegida, a tener que luchar por alguien con uñas y dientes. Pero es la verdad, no quiero que alguien permanezca a mi lado, por obligación, pena o masoquismo. Yo deseo que él sea libre y me ame por lo que soy, sin nada que ocultar, sin nada que fingir. Ni siquiera un orgasmo de vez en cuando.

Ese peligro siempre estará ahí y tengo que aprender a vivir con ello, sin que me haga pasar malos momentos. Siempre cabrá la posibilidad de que me deje, de que encuentre otra persona con la que se sienta más afín que conmigo o con la que se lo pase mejor. Y yo no podré hacer nada más que vivir mi vida, la mía y la nuestra en común, disfrutando de cada instante como si viviéramos una novela, pensando que todas las cosas buenas del mundo están por venir.

Yo solo puedo ser yo, algo más vieja cada día, podré cuidarme, nadando, practicando yoga, corriendo, pero los años llegarán uno tras otro. La vejez vendrá acompañada de la sensación de que una no tiene por qué competir con chicas estupendas de veinte años, porque es absurdo. La mente estará allí, la inteligencia y el humor, y el hombre que merezca la pena sabrá valorarlo. El que no, pues no; y nada podremos hacer para cambiar su cerebro o su pito, que en algunos es el que manda.

Mi vida es rica, porque es mía, y yo la lleno de todas esas pequeñas cosas que me agradan por alguna razón, aunque sea la más nimia. Beber un vaso de agua fría cuando se tiene sed, observar un perro olisqueando el culo de otro, bañarme en el mar cuando hay olas y jugar con ellas, comerme un plato de pescado fresco mientras la brisa revuelve mis cabellos, pedalear en mi bicicleta bajo la sombra de arboles espesos, mientras aspiro el olor de las hojas bien verdes, dormir en un tren de la India, oyendo las conversaciones inteligibles y el traqueteo del tren polvoriento, escuchar la voz del piloto anunciando que vamos a aterrizar en breves instantes, olvidarme del miedo cuando sobrevolamos una cadena montañosa y puedo ver los picos, en relieve, recibir un beso descuidado en los labios cuando esa persona que amamos se va por unas horas, beber un vaso de un vino exquisito el cual había esperado años a que le dejaras libre de la botella.

Juana Espinosa

1 comentario:

  1. si no tuviesemos el reloj biologico detras de la oreja y los hombres pudiesen tener niños, se acabaría la tonteria de hombre maduros tienen buena pinta y las mujeres no tanta.

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