jueves, 30 de junio de 2011

Hacer montañismo en el Himalaya sin sufrir penurias

Monjes porteadores
Cuando tenía veinte años unas amigas me propusieron hacer el camino de Santiago y aun lamento no haberme unido en su aventura. Caminar más de diez días seguidos con mochila al hombro no era mi idea de unas buenas vacaciones. Siempre había relacionado las vacaciones con no hacer nada, playa y sol. Me atraía muchísimo más el mar que la montaña y fácilmente podía encontrarle la explicación en un pequeño trauma infantil. 
Mi padre había intentado inculcarnos desde pequeñas el amor por la montaña y la naturaleza y con diez años nos obligaba a hacer caminatas de más de veinte kilómetros en las sierras de Cazorla y Gredos. En aquel momento lo sentía como un auténtico calvario, me daba la impresión de no disfrutar lo que veía y de estar deseando estar tumbada frente al televisor o con mis amigos jugando. Durante años tuve aversión a caminar pero cuando quemé la etapa de salir de marcha todos los fines de semana, comencé  de nuevo a dar paseos y descubrí la paz que uno siente al estar rodeado de naturaleza,  quizás lo más cercano que uno puede estar a Dios (si se cree en el) o a la perfección.

Torres del Paine, Patagonia Chilena
 Continuando con mi afición anual a los viajes por países lejanos, el año pasado llegué hasta la Patagonia Argentina con la intención de ver el Glaciar de Perito Moreno pero una vez estando allí me animé a hacer unas cuantas caminatas en el parque nacional de los glaciares y en Torres del Paine de la Patagonia Chilena. Estas caminatas fueron sin duda los mejores recuerdos del viaje y al regresar a Europa comencé a fraguar en mi mente un viaje donde la actividad principal fuera el montañismo  pero sin renunciar a la cultura de un país distinto, que es lo que siempre me ha atraído de en mis viajes y sin sufrir las penurias de Edurne Pasaban, es decir, el aislamiento en la montaña, dormir en tienda y comer sopa de bote todos los días. Sin duda el país que cumplía todas estas condiciones era el Nepal. 
Tras estudiar las mejores posibles rutas me decanté por el circuito de los Annapurnas, al que comúnmente se le conoce como el “Apple Pie Trail” o camino de la tarta de manzana debido a la proliferación de establecimientos donde se comercializa tarta de manzana casera para los hambrientos montañeros que transcurren a lo largo del día. El recorrido se caracteriza por su comodidad ya que no transcurren más de dos horas sin pasar por un local donde poder comer caliente y disfrutar de un delicioso te. 
Las noches tampoco hay que pasarlas en incomodas tiendas de campaña ni hay que ducharse con agua fría. Durante toda la ruta hay pequeños hoteles que a tres euros la habitación doble puedes hasta darte una ducha caliente gracias a las placas solares que la mayoría de los establecimientos han instalado. 
Finalmente, y para que realmente fuesen unas vacaciones de disfrute y no una penitencia, contraté lo servicios de un porteador-guía que me llevase la mochila. Debo admitir que en principio no me atraía nada la idea de un ser humano llevándome el peso a cambio de dinero, a primera vista pura explotación, pero también pude comprobar que es un modo honrado de ganarse el pan para muchos jóvenes que simplemente hacen de porteadores para financiarse posteriormente los estudios y vivir en la capital o simplemente son padres de familia que si no fuera por el trabajo de porteador tendrían que desempeñar trabajos mucho peores o no tendrían ningún trabajo. Además de aprender idiomas, se relacionan con los turistas y así todos intercambiamos nuestras distintas culturas.  Que mejor  excusa para no tener que transportar una mochila de quince kilos!.
Dejando aparte la comodidad del circuito, el hecho de perder la noción del tiempo, no ver –ni oír – un coche en casi diez días, dormir en pueblos remotos a más de 4,000 metros de altitud donde la gente encantadora nos daba la bienvenida, conocer otros viajeros por el camino, comer Dhal Baht – típico plato combinado con arroz, curry y lentejas, sentir el cansancio y la relajación una vez acabado el día, y un largo etcétera. Sin duda una experiencia inolvidable de la que poder disfrutar sin dejarte todos tu ahorros ni tener que ser un atleta. 
A la hora de organizar el viaje hablar inglés es una gran ventaja ya que te permite poder viajar de manera independiente. Yo me compre el billete más barato que encontré a Katmandú vía Londres y Delhi por 800 euros  y allí contrate con una agencia el porteador (Agencia en Nepal: http://www.visitnepal.com/marveltravel/tours.htm) y los permisos de trekking y entradas a los parques nacionales. Total: 200 Euros. El presupuesto para comer y dormir era de unos 10-15 euros al día.
También se puede contratar el viaje desde España, con todo ya organizado en varias agencias especializadas en Trekking. Sin embargo recomiendo, y al fin resulta mucho más económico, organizar el viaje por tu cuenta. Con un inglés básico se puede uno defender.


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Durbar SQ, Kathmandu
Yak


Entrenando para ser un buen porteador.


Alejandra de Francisco

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